EL BESO

La Patri:

“[...] Dame mil besos, después cien,

luego otros mil, luego otros cien,

después hasta dos mil, después otra vez cien;

luego, cuando lleguemos a muchos miles,

perderemos la cuenta para ignorarla

y para que ningún malvado pueda dañarnos,

cuando se entere del total de nuestros besos.”

(Catulo)

Ya en el siglo I a. C. este poeta latino animaba a su amada a materializar el amor de ambos mediante el acto del beso, y éste es sólo un botón de muestra de las muchas manifestaciones literarias, artísticas y musicales que, a lo largo de la historia, se han basado en la afectuosa acción humana que da título a la actual entrada.

Desterremos los besos de Judas, que no tienen aquí cabida, y hablemos de ese instante fugaz o de larga duración, premeditado o espontáneo en que cerramos los labios para luego hacerlos eclosionar placenteramente en la boca o la piel de otra persona.

Ya desde pequeños, al igual que a hablar o a caminar, aprendemos a besar y lo llevamos a la práctica casi sin pensar marcando de esta manera a las personas que realmente queremos. Y, a partir de entonces, crecemos rodeados de besos: los repetitivos e incesantes besos de las abuelas que casi te hacen estallar el tímpano, los reconfortantes besos de una madre, aquéllos tan dulces de la adolescencia que abren paso a un mundo de sensaciones hasta el momento desconocido, los rebosantes de alegría que damos a los amigos en los felices reencuentros, los que destinamos con amor renovado a nuestros hijos, los arrebatadores que se convierten en el preámbulo de la pasión desatada, los tiernos y calmados con los que sólo queremos decir “sigo aquí”, ...

“¿Adónde irán los besos que no damos?” se preguntaba el cantautor, fijemos nosotros el destino de nuestros besos y démoslos todos sin guardarnos ninguno.

Besos (nunca mejor dicho) para todos.