El tiempo pasa, ésta es una gran verdad, y no lo hace en balde. Sólo tenemos que observarnos, y no demasiado minuciosamente, para darnos de bruces con esta máxima que ya pronunciaban los antiguos.
La cruda realidad es que un día te dedicas a mirar fotos de hace unos años y te preguntas: ¿éste o ésta era yo? ¿En qué momento esa cara finita comenzó a ensancharse y perdió su perfecta delineación por culpa de una prominente papada? ¿Cuándo aquella limpia mirada se vio rodeada de estas patas de gallo? ¿Y las arrugas que cercan la boca?
Hubo un momento, aunque no sepamos exactamente cuál, en que nuestros muslos comenzaron poco a poco a desaparecer tras la celulitis y lo que antes era un vientre plano ahora es una redonda barriga. Otro repentino día, mientras paseamos tranquilamente por la calle, alzamos el brazo para saludar a un conocido y, de repente, notamos un sospechoso balanceo de carnes caídas. ¿Y cuándo las canas comenzaron a poblar el poco cabello que va quedando?
Aún así, nos queda un consuelo, ése que dice que la arruga es bella, cosa que, supongo, afirman los que no pueden permitirse el bótox y la cirugía estética.
Para ilustrar estas palabras y a modo de ejemplo, aquí tenéis dos fotos de un individuo que he elegido al azar.
(Vidal, no te enfades, que esto lo hago con mucho cariño; y, digan lo que digan, los años han sido buenos contigo).
Kuariterianos y kuariterianas, que vamos camino de los 40, el objetivo de esta entrada no es el desánimo sino todo lo contrario, y la conclusión a la que yo quería llegar es la siguiente:
El tiempo pasa, sí, pero el nuestro aún está pasando y lo que importa es el presente. Nunca seremos más guapos ni más jóvenes de lo que somos ahora, así que...CARPE DIEM! Aprovechemos los minutos, las horas y los días y extraigamos todo el jugo a la vida. ¿Estáis dispuestos?
Besos.
Besos.
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